Invierno 2009.
Quizás entre nosotros haya una enorme distancia, quizá no te importe saber que pienso en ti, o quizá sólo tirarás esta carta.
Pero, quiero que sepas que en este momento eres la persona que ocupa vida y mi espacio. Deseo abrazarte como lo haría en el día más extraño de todos los tiempos, ese día en que el viento grita los nombre de nuestros seres queridos, el día en que el sol nos abraza por puro gusto, el día en que estas líneas te hagan sentir que la soledad no muerde. Nadie dijo que la soledad no dolería y que los recuerdos no carcomen el sueño. Quiero decirte también que he encontrado la cura para ella. Se trata sólo de acortarla: dar a nuestros pasos rumbo, aún sin destino fijo, acortando sendas y caminos, es igual a nuestros pasos al encontrarse y entonces dejaremos de ser unos extraños. Y te podré tocar.
A veces ejercito la imaginación, mi instrumento para configurar una posible amistad, para regresar el tiempo y a las obsesión de aventuras.
Me encanta la posibilidad de llegar a ti, de comprimir el alma con estas letras para darnos la posibilidad de continuar algo que se encuentra enfermo de inconclusión. Es una fórmula para trazarle un círculo a la vida y cerrarlo con una sonrisa que estremezca a la supuesta soledad que, cínicos, tú y yo desgajamos paulatinamente cual fruto de jugo agridulce, como la vida.
Confío plenamente en la fuerza de las palabras para llegar a las orillas de universo, dejo acá las que voy considerando sobresalientes, en el puerto de tus ojos. Con un poco de suerte han de quedarse colgadas en tu boca. Por eso y no por otra cosa sé que irás por el viejo cuaderno de los años de escuela, ahí encontrarás la última hoja, vacía, la misma que recorreré con estos dedos pendientes de ti.
Ahí, donde el recuerdo no hace daño, una última esperanza gravita en el espacio en que no estás. Mi vida te sonríe, mi destino te guarda; eres la última voz que ha pronunciado mi nombre; en cortos caminos espero que tus pasos se acerquen o se alejen de estas líneas.
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