Invierno 2009.
Encontrarte, encontrarme, en estas líneas que te observan desde la esquina de mi viejo escritorio ¿Cuántas veces habremos cruzado la mirada en alguna plaza, durante el vuelo de mil palomas?
No me conoces y aún falta expresarme a través de ésta mano que te escribe. Hacerte saber que lo único que me motiva es que recibas un cálido aliento que te acompañe este y muchos días; lo mismo esplendorosos que los de larga confusión.
¿Qué mano quiso que en este momento no estés cerca de mí? La misma que ahora me lleva a pensar que mientras existas no estoy bebiendo el amargo licor de la soledad.
No conozco ni tu rostro, ni tu figura, ni las muecas en tus mejillas cuando ríes; sólo queda imaginar tu expresión al leer estas líneas; extraño mío, porque aunque no lo creas ahora serás eso y no hay nada que lo cambie… ni tirando esta carta.
Si por razones de tiempo no pudieras atender esto, ojalá sirva como lazarillo en los tiempos de sortear soledades. Sé que si has llegado hasta este punto se rompió la indiferencia que solemos tener ante el canto de un desconocido, quizás perpetuo entre sombras...
Por las noches caminé a ningún lado, dejé por los suelos la posibilidad de la permanencia, miré desde los rincones los ojos que cabalgan con dirección a la certeza. Pero nunca como ahora, que vivo al vivirte. Me entrego a la posibilidad de que en los ojos que mire encontraré tu alma bondadosa.
Habrás de volverte lluvia, regar cada gota de la tinta en los últimos diluvios de octubre, de noviembre o del mes que te plazca. Llueve donde quiera pues por eso eres capaz de la vida. Dejo para ti el frutero a punto de desbordarse y un cielo esplendoroso apenas levantes la mirada, dejo un abrazo abrazador y mi pecho abierto y extendido.
No dejes de llover.
En alguna parte del caos
alguien piensa en ti:
YO, QUE SOY TÚ.
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